“Al final, la verdad se
hallará en su obra, la esencia corpórea del artista. No se deteriorará. El
hombre no puede juzgarla. Porque el arte alude a Dios y, en última instancia,
le pertenece” (P. S)
En octubre 2018 me entregaste el libro de Patti Smith “Éramos unos
niños”–debo reconocer que llevaba años de no leer libros que no fuesen de danza
o espiritualidad y esta lectura me re conectó con mi ser de “antes”, con el ser
que extrañaba otras lecturas— me gustó mucho este libro de memorias de Smith.
También
me hizo bien leerlo amándote en ese tiempo presente y corroborar que amar y
estar con alguien no tiene que ver con convencionalismos y que amar es conocer
la naturaleza del otro, aceptarlo y apoyarlo.
Patty y Robert Mapplethorpe fueron grandes personajes juntos, una pareja
hecha de amor y amistad. La muerte prematura de él por el VIH en los tiempos en
los que tener ese contagio era bien cabrón me conmovió mucho. Vos decías que quizá
ella pudo hacer por más él; yo pienso que ella hizo lo que debió: aceptarlo y
amarlo, después seguir su vida sin dejarlo a un lado.
A vos te fascinaba ella (su música y sus letras), a mi él (su
complejidad y fotografía).
La vida en Nueva York que describe en el libro es más que fascinante
pero a vos te fascinaba más. Una amiga tuya –gringa—te dijo una vez que serías
muy feliz en esa ciudad llena de historia y arte aunque hoy ya no es como el de
1967. Después de leer busqué la obra de Mapplethorpe y encontré la página de su
fundación aquí
Me ha fascinado su trabajo fotográfico y en él o por él (su arte) entendí
los relatos de Patti sobre él. La naturaleza de una persona no se la puede
juzgar, así como su obra. Con esa convicción y libertad es que existen obras de
arte aunque en su momento la gente critique o rechace.
Pero vuelvo a otra de las lecciones de este libro: el amor. Hicimos un
pacto, nunca juzgarnos, ser compañeros, dejarnos ser. En suma aceptarnos y por primera
vez en mi vida, así lo hice y jamás me pesó. Desde que te reencontré, no pude
juzgarte y viví una relación muy amorosa en muchos sentidos. Aunque soy muy
dormilona, en las noches que me quedaba con vos me encantaba escuchar cada
historia que me contabas de tu vida (a veces era yo la que contaba). Había que
hacer mofa de las tragedias, cagadas y las decisiones de las que estábamos muy
orgullosos.
Qué suerte la mía de advertir --a tiempo— que Tomás era un hombre maravilloso, que cuando se enamoraba podía dar tanta felicidad y que cuando no podía, hacía lo mejor que podía. Extraño las sopas, el puré, mi café a las 4 a.m., las carcajadas entre jalones de cigarro a las 11 p.m. en un patio iluminado por la luna, hacer el amor perdiendo la noción del tiempo. Lo extraño todo.
pd. no puedo dejar de llorar: post 22
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